Historia: El maestro de Té
El maestro de té y el samurai mercenario
El señor de Tosa se dirigió
a Yedo, la capital, para una visita oficial al shogun. Había llevado con él a su
Maestro de cha no yu (Maestro de la ceremonia del té), del que se sentía muy orgulloso.
El "Cha no yu" ,
la ceremonia del té, es un arte japonés fuertemente influenciado por el zen.
Cada gesto
debe ser realizado con una gran concentración. Se trata de saborear, gracias a un
delicado ritual, el misterio del "aquí y ahora".
El maestro de té y el ronin .
El Maestro de té tuvo que vestirse como un samurai para poder entrar en el
palacio, y por tanto debió llevar su signo distintivo, es decir, dos sables. Varios
días después de su llegada a Yedo, el especialista de cha no yu no había salido
aún del palacio. Varias veces al día ejercía su arte en las habitaciones de su señor,
ante la alegría de sus invitados. Incluso llego a oficiar en presencia del shogun.---
Un día , el señor le dio permiso para dar una vuelta por la ciudad. El Maestro
de té, siempre vestido de samurai, aprovechó esta oportunidad y se aventuró por
las calles bulliciosas de Yedo... Cuando se disponía a cruzar un puente, fue empujado
repentinamente por un ronin, uno de esos guerreros errantes que son o bien valerosos
caballeros, o bien truhanes de marca mayor. Este tenía el aspecto de ser de la peor
especie. Dijo fríamente:
日本のお茶会 |
El Maestro de té, desamparado, terminó por confesar la verdad:
-No soy un verdadero samurai, a pesar de las apariencias. Solo soy un humilde especialista del cha no yu que no conoce absolutamente nada del manejo del sable.
El ronin no quiso creer su historia. Sobre todo porque su verdadera intención era sacar un poco de dinero de esta víctima cuya naturaleza poco valiente había presentido. Fue inflexible. Levantó el tono para impresionar a su interlocutor. Enseguida se formó una multitud alrededor de estos dos hombres. Aprovechando la ocasión, el ronin le amenazó con declarar públicamente que un samurai de Tosa era un cobarde, que tenía miedo de luchar.
Viendo que era imposible hacer entrar en razón al ronin y temiendo que su conducta pudiera llegar a alcanzar el honor de su señor, el Maestro de té se resignó a morir. Aceptó el combate. Pero como no quería dejarse matar pasivamente, para que no dijeran que los samurais de Tosa no sabían luchar, tuvo una idea: unos minutos antes había pasado por delante de una escuela de sable. Pensó entonces que en ella podría aprender como coger un sable y afrontar honorablemente una muerte inevitable.
Explicó pues al ronin:
-Tengo que cumplir una misión que mi señor me ha encargado. Esto me puede
llevar un par de horas. ¿Tendría usted la paciencia de esperarme aquí?
El ronin aceptó el plazo, respetando caballerosamente las reglas del bushido o tal vez porque imaginaba que su víctima necesitaba ese tiempo para reunir una suma de dinero disuasiva. Nuestro especialista del cha no yu fue corriendo a la escuela que había visto antes y pidió una entrevista urgente con el maestro de sable. El portero no estaba muy dispuesto a dejar entrar a ese extraño visitante que no parecía estar en su estado normal, y sobre todo, que no tenía ninguna carta de recomendación. Pero, impresionado por la expresión atormentada del hombre, decidió finalmente introducirlo y presentarle al Maestro. Este escuchó con mucho interés a su visitante que le contó su desgracia y su deseo de morir como un samurai.
-Este es un caso único -declaró el maestro de sable.
-No es el momento de bromear -replicó el visitante.
-Oh, de ninguna manera, se lo aseguro. Es usted una excepción realmente. Por lo normal, los alumnos que vienen a verme quieren aprender el manejo del sable y a vencer. Usted quiere que yo le enseñe el arte de morir... De acuerdo, pero puesto que usted es Maestro de un arte incomparable, ¿podría servirme una taza de té?
El visitante no se hizo de rogar ya que ciertamente era para él la última ocasión de practicar su arte. Olvidando su trágico destino, preparó cuidadosamente su té, después lo sirvió con una calma sorprendente. Ejecutó cada gesto como si ninguna otra cosa fuera importante en ese instante.
El Maestro de sable le observó atentamente durante toda la ceremonia y se sintió profundamente impresionado por el grado de concentración de su visitante.
-¡Excelente -exclamó- excelente! El nivel de maestría que usted ha alcanzado practicando su arte es suficiente para conducirle dignamente delante de no importa qué samurai. Usted tiene todo lo que hace falta para morir con honor, no se preocupe. Escuche solamente algunos consejos. Cuando vea al ronin, piense ante todo que va a servir el té a un amigo. Después de haberle saludado cortésmente, déle las gracias por el plazo acordado. Doble delicadamente su capa y póngala en el suelo con el abanico encima, exactamente como hace para la ceremonia del té. Átese el pañuelo de coraje alrededor de su cabeza, recójase las mangas y anuncie a su adversario que está preparado para el combate. Desenvaine su sable y levántelo por encima de su cabeza. Cierre los ojos. Concéntrese al máximo de sus posibilidades para bajar su arma vigorosamente justo en el momento en el que oiga al ronin lanzar su grito de ataque. Apuesto que este combate será una masacre mutua.
El visitante dio las gracias al Maestro de sable por sus preciosos consejos y volvió al puente donde le esperaba el ronin. Siguiendo las instrucciones que había recibido, el especialista de cha no yu se preparó para el combate como si estuviera ofreciendo una taza de té a un invitado. Cuando levantó el sable y cerró los ojos, la cara de su adversario cambió de expresión. El ronin no creía en sus ojos.
¿Era el
mismo hombre el que se encontraba frente a él?
El Maestro
de té, en un estado de extrema concentración, esperaba el grito que sería la señal
de su último momento, de su última acción...
Pero pasaron varios minutos que le parecieron horas y el grito no se dejaba
oír. No pudiendo resistir más, nuestro improvisado samurai terminó por abrir los
ojos...
¡Nadie...! ¡No había nadie frente a él!
El ronin al no saber como atacar a este temible adversario que no mostraba ningún fallo en su concentración, ni ningún temor en su actitud, retrocedió paso a paso hasta desaparecer a toda prisa, bien contento de haber podido salvar su pellejo.
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